jueves, 6 de mayo de 2010

Sobre la pintura hondueña...


"Quiero reconocer que la pintura hondureña cuenta con una serie de nombres de los cuales se puede sentir orgullosa. Esos nombres, troncos fundacionales que los libros de pintura consiguen, realizaron, cuando el momento histórico se los exigió, su aporte básico. Respondieron y responden a una mística de exigencia indubitable. El aleteo delicado y poético en las obras de Pablo Zelaya Sierra. La fuerza y vitalidad de Confucio Montes de Oca y Álvaro Canales. La penetración sicológica de Miguel Ángel Ruiz Matute. El fulgor colorista de Mario Castillo. La perfección de linea y explosión de luz en Sabillón y Visquerra. El humor critico y el sarcasmo revelador de Felipe Burchard. El trazo grueso, plano de sentido, en el expresionista a lo hondureño en Ezequiel Padilla Ayestas. El afán inquisitivo y la exploración formal con fuertes marcas personales en Armando Lara. La utopia de un mundo feliz en Antonio Velásquez y Roque Zelaya. La plurisignificación del símbolo en Virgilio Guardiola. El alarde técnico y la búsqueda interior en el mejor Luis Hernán Padilla. El cuestionamiento permanente, a medio camino entre el figurativismo y la abstracción, en Anibal Cruz. Y en la lista no podemos omitir a Moisés Becerra, Benigno Gómez, Dante Lazzaroni, Delmer Mejia y otros.

Varios de ellos ya tienen cerrada su cuota de trabajo. Cumplieron ya las demandas de su particular momento de existencia. La muerte -implacable- se encargó del inexorable papel de signadora del punto final y definitivo. Otros, los más ya alcanzaron un punto de solvencia y su edad -vale decir, su vitalidad- permite suponer que la curva de su existencia productiva está en pleno desarrollo y esto nos autoriza a seguirles demandando nuevos aportes, nuevas soluciones, de cara a una exigente juventud ansiosa de encontrar ejemplos y respuestas.

Quiero pues, que mis palabras se tomen en el recto sentido de intención. Que en alguna forma sean como un llamado de alerta hacia un futuro de mayor madurez y realización en un ámbito por todos amado; el arte pictórico de Honduras."

(Texto del 11 Encuentro de Autores Visuales por Helen Umaña).

lunes, 26 de abril de 2010

Confucio Montes de Oca, pintor de la eternidad


Paris, 1922

Pintando en Paris

En su estudio...

Nació en La Ceiba, Atlántida en 1896, fue hijo de Miguel Montes de Oca y de Josefa Acosta. Se incorpora desde muy pequeño en una compañía trashumante de titiriteros que recorría el país haciendo teatro en los pequeños pueblos enclavados en las zonas más ásperas de las montañas del país. Confucio marchó a Europa mediante una beca concedida por la Dirección General de Aduanas de La Ceiba en 1919, subvención que le fue cancelada al año siguiente cuando el joven pintor estaba recién instalado en París. El cuadro ganador del Salón de Invierno de París es el titulado "El Forjador", una obra integrada dentro de las líneas del post-impresionismo, Confucio, harto de las extravagancias y exageraciones del Modern Style retorna al neoclasicismo de Ingres y Derain. Esta obra, realizada por un joven de 22 a 24 años, nos sugiere la genialidad del ejecutor para interpretar el movimiento que en ese momento se gestaba en la ciudad luz. Sus figuras humanas tenían formas exaltadas por su belleza y armonía, utilizando colores transparentes. Se han perdido la mayor parte de sus obras, quedando muy pocas en colecciones.